LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMÉRICA
Los cambios recientes en América
Latina se expresan no sólo en movimientos sociales y populares cada vez más
originales y activos sino también en un nuevo escenario político marcado por la
existencia de gobiernos de centro-izquierda bajo una fuerte presión de la
sociedad civil y de movimientos de masa. Esta nueva coyuntura está
redefiniendo el escenario político en la región y está abriendo un proceso
histórico que presenta elementos nuevos que van a influir profundamente en
la dinámica económica, política, cultural y social inmediata, pero también
en el mediano y largo plazo.
Una comprensión más objetiva de
esta nueva coyuntura en la región exige un análisis profundamente
histórico, capaz de hacer un balance de la lucha secular de las fuerzas
progresistas que ha generado una acumulación de experiencias extremamente
rica. Lucha secular que tiene que ver con elementos claves de nuestra
identidad como latinoamericanos, como naciones capaces de conducirse a sí mismas
y que tienen una presencia cultural basada en una fuerza civilizatoria
propia.
Desde esta perspectiva, el
presente artículo busca hacer un breve balance histórico de los
movimientos sociales en América Latina, tomando en cuenta cuatro fases :
Los orígenes de los movimientos sociales clásicos desde la influencia
anarquista hasta a la Tercera Internacional, la fase del populismo y las luchas
nacional-democráticas ; la autonomización de los movimientos sociales
y las nuevas formas de resistencia y la cuarta fase de globalización de
las luchas sociales a partir de Seattle y la nueva agenda.
1. LOS ORIGENES : DE LA
INFLUENCIA ANARQUISTA A LA TERCERA INTERNACIONAL
En su fase inicial de formación
los movimientos sociales clásicos en América Latina tuvieron una fuerte influencia
anarquista, a través de la migración europea, principalmente italiana y
española, de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Estos inmigrantes
anarquistas, básicamente artesanos y trabajadores de pequeñas actividades
económicas, se dirigieron principalmente hacia las zonas urbanas, formando las
primeras levas de movimientos obreros. A partir de la Primera Guerra
Mundial y posteriormente durante los años veinte, la expansión de las
manufacturas en la región crea condiciones para el surgimiento de un
proletariado industrial, que tendrá su pleno desarrollo con los procesos
de industrialización de la década 1930.
Estos movimientos anarquistas
tuvieron su auge en toda la región entre 1917 y 1919, años en los que se
organizaron huelgas generales bastante significativas que abrieron un proceso
de sindicalización del movimiento obrero, como el caso de Perú en 1919, Brasil
en 1917, Argentina en 1918 y México en el mismo periodo. Se crea un clima
político generalizado favorable a la huelga general como forma de lucha
principal, a pesar de que en algunos casos éstas no tenían un objetivo claro o
buscaban una especie de disolución del Estado. En esta fase se consiguieron
avances importantes en las luchas sociales y sindicales, colocándose en el eje
de las luchas reivindicaciones específicas como la reducción de la jornada a
ocho horas por día así como mejoras salariales y de condiciones de trabajo y de
vida de los obreros. Es el caso de la huelga de 1919 en el Perú, que
al igual que otras experiencias en la región, fueron brutalmente reprimidas sin
poder acumular fuerzas, generando una autocrítica en gran parte del movimiento
anarquista que va a conducirlos al bolchevismo.
Los movimientos huelguistas
estuvieron también marcados por la influencia de la Revolución Rusa, tanto la
revolución bolchevique de 1917 como el proceso revolucionario general y las
huelgas generales que habían sido características en la revolución de
1905. La corriente bolchevique, llamada “maximalista”, estaba compuesta
principalmente por anarquistas que pensaron que el bolchevismo era una
manifestación del propio anarquismo. Esta visión, que consideraba el
bolchevismo como una forma de “maximalismo”, se mantuvo hasta 1919-1920, cuando
los bolcheviques rusos se confrontan con los Kronstadt que habían sido uno de
los brazos principales de la revolución de 1917 y que entran en choque con el
gobierno bolchevique, siendo reprimidos tenazmente. A partir de este
momento, parte de los anarquistas se alejan del bolchevismo y las corrientes
que se mantuvieron fieles al mismo formarán los partidos comunistas.
Este período va a marcar la
transición del anarquismo, con su versión maximalista que se destruye junto con
las huelgas generales brutalmente reprimidas, a los movimientos comunistas
latinoamericanos. Hasta los años veinte, a pesar de la importancia que la
Internacional Socialista tuvo en Europa, los partidos socialdemócratas europeos
no llegaron a tener una influencia significativa en América Latina, excepto en
Argentina que fue el único país que tuvo representación en la II Internacional.
A partir de los años 20 el movimiento obrero de la región se incorpora al campo
del marxismo, especialmente a su versión comandada por la Internacional
Comunista.
a) El Movimiento
Campesino
Históricamente, el campesinado en
América Latina estuvo sometido a una fuerte dominación de los señores de
tierra, bajo condiciones extremamente negativas de cultivo y
organización. En este contexto, sólo las comunidades indígenas poseían los
medios para auto dirigirse y organizarse, a pesar de la represión a la que
fueron sometidas secularmente. Este sector fue la cabeza de una insurrección
popular que se convirtió en una referencia fundamental en toda la región :
la Revolución Mexicana de 1910, que tuvo una base campesina significativa. La
lucha democrática contra el porfirismo estuvo conducida principalmente por
partidos democráticos de clase media, que por necesidad de base política se
aproximan al campesinado, produciéndose una articulación muy fuerte entre el
movimiento campesino y las luchas democráticas mexicanas. A pesar de que
los movimientos campesinos no se presentan como movimientos indígenas, se
empieza a configurar un vínculo más claro entre ambos. Los líderes de la
Revolución Mexicana estaban articulados a sus orígenes indígenas, sobre todo
Zapata, que tiene una fuerte representatividad como líder indígena, a pesar que
no basar su liderazgo específicamente en ello, Porque en aquel momento, el
movimiento está volcado fundamentalmente hacia la cuestión de la tierra.
Es necesario destacar también el
papel específico de los movimientos campesinos, que llegaron a tener un auge
relativamente importante en América Central durante los años de 1920-1930,
cuando ya existía una explotación de campesinos asalariados directamente subordinados
a empresas norteamericanas que los organizan en las actividades
exportadoras. En esta región se formaron bases importantes de lucha por la
reforma agraria que debido a la fuerte presencia estadounidense se mezclaron
con las luchas nacionales contra la dominación norteamericana. Este es el
caso del Sandinismo, de las revoluciones de El Salvador lideradas por Farabundo
Martí, de las huelgas de masas cubanas y, en parte, de la Columna Prestes
en Brasil, que a pesar de tener una base fundamentalmente pequeño burguesa, va
a entrar en contacto con la población campesina, desarrollando una cierta
interacción de este movimiento de clase media de origen militar con el
campesinado. Sin embargo, no se puede hablar de un movimiento
campesino realmente significativo en este período en Brasil.
b) El Movimiento Obrero
El movimiento obrero
latinoamericano ha sido el otro sostén de las fuerzas populares en el
continente y encuentra su base material en la primera ola de industrialización
durante la primera década del siglo XX. Podemos decir que se consolida como
movimiento mucho más sólido en los años 20, desde el marxismo leninismo, esto
es, de la influencia bolchevique y de la revolución rusa que se sobrepone a la
segunda internacional y al anarquismo. Este aspecto es muy importante para
configurar las características principales del movimiento obrero
latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista ideológico.
Paralelamente a este fenómeno, en
algunas zonas mineras relativamente importantes se desarrolló un proletariado
asalariado que tenía reivindicaciones propias bastante más colectivas y cuya
formación tuvo menos influencia anarquista. Esto explicaría el hecho
de que en Chile existiese un Partido Demócrata con base obrera minera muy
significativa, antes del desplazamiento de estos trabajadores hacia el Partido
Comunista Chileno bajo el liderazgo de Recavarren, lo que al mismo tiempo
otorga a esta organización diferencias respecto al resto de los comunistas
latinoamericanos, en la medida en que no nace de una base propiamente
anarquista, sino de una concepción política más cercana a la
socialdemocracia. El Partido Demócrata Chileno no era propiamente una
organización socialdemócrata, sino que se aproxima más al radicalismo de
los partidos pequeño burgueses de tipo liberal. En otros países de América
Latina también se desarrolló una presencia minera importante con un alto grado
de sindicalización, como en el caso de Perú, Colombia y Bolivia. En el
último caso, el movimiento minero boliviano sólo va a alcanzar su auge en la
década de 1940-1950, llegando a ser protagonista de la revolución
boliviana.
c) Los movimientos de clase
media y el movimiento estudiantil
El ala del movimiento obrero que
luego formará los partidos comunistas se aproxima a sectores de la clase media
en torno a objetivos democráticos, como es el caso de los “tenientes”
en Brasil, que sería un movimiento social de clase media militar, con objetivos
de democracia política. Otros movimientos de clase media, como el aprismo
peruano, se adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática, levantando
banderas como la democracia política, el antiimperialismo, la defensa de las
riquezas nacionales, la reforma agraria, la industrialización asumida como una
tarea del Estado, etc. La reforma universitaria fue otra bandera
que la clase media levantó de manera muy orgánica durante los años 20 y
condujo a un movimiento social propio, que exigía la participación de los
estudiantes en la conducción de la universidad, la reforma curricular y la
apertura hacia los procesos sociales y políticos que vivía América
Latina. Tal vez uno los momentos más significativos de las luchas del
movimiento estudiantil fue el de la reforma universitaria de 1918 en Córdoba
(Argentina), que generó un gran impacto en el ambiente universitario y político
latinoamericano. En México, la lucha a favor de la reforma universitaria
asumirá banderas nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien asimiladas
por los partidos comunistas y por ciertos sectores de la izquierda, aunque
finalmente el movimiento educacional mexicano va a tener su gran expresión en
la “educación socialista” que tendrá su auge durante los años 30.
No se puede dejar de considerar
como parte de los movimientos sociales, los movimientos culturales y artísticos
que buscaban que el arte se aproximase más al pueblo y fuese su expresión
mayor. Surgen experiencias extremamente ricas en la región como es el caso del
muralismo mexicano, que formó parte del movimiento de la Revolución Mexicana
o procesos como la revolución modernista de Brasil en 1922 y otros
movimientos similares, principalmente durante los años 20. La creación de
la revista Amauta (Lima 1926-1930), fundada por José Carlos Mariátegui, abre un
espacio de reflexión intelectual muy importante en la región y muestra la
fuerza y la profundidad de estos nuevos movimientos artísticos y culturales que
se afirman en una identidad propia al mismo tiempo que se proyectan de
manera universal a partir de una visión local, poniendo en cuestionamiento las
pretensiones universales de occidente.
Hasta los años 30 se va a definir
una plataforma de reivindicaciones de los movimientos sociales de la
región. En esta agenda se coloca el problema de la tierra, de ahí la
importancia de la Revolución Mexicana ; la cuestión minera, que representa
la cuestión nacional, sea de la propiedad de las minas o de una participación
de los Estados que abrigan los yacimientos en la renta de las minas ;
las cuestiones salariales que ya están articuladas con las otras
reivindicaciones, principalmente en las zonas mineras y en las zonas
proletarias urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va
constituyendo más claramente en un movimiento asalariado.
2. EL POPULISMO Y LAS LUCHAS
NACIONAL-DEMOCRATICAS
El conjunto de movimientos
sociales que surge a lo largo de las primeras décadas del siglo XX va a
tener la oportunidad de aproximarse al poder en los años 30 y 40 con la
formación de los gobiernos populares y populistas. Estos gobiernos buscan
apoyarse en los sectores populares y estructurar sus movimientos sociales en el
contexto de una gran lucha nacional-democrática, integrando todas estas fuerzas
sociales y culturales en frentes de contenido nacional-democrático que ya
habían incorporado muchos puntos comunes con los movimientos antiimperialistas
de los años 20 y van solidarizarse con los movimientos anticoloniales
afro-asiáticos después de la Segunda Guerra Mundial. Los partidos comunistas en
la región fueron integrando los diversos movimientos a una misma lógica
nacional-democrática en la medida en que avanzaba la lucha anticolonialista.
Después de la Primera Guerra
Mundial, en la medida en que se van constituyendo gobiernos más próximos a los
sectores populares, surge una articulación más profunda entre movimientos
sociales y Estados nacionales. Un ejemplo claro de este proceso es el caso
mexicano, que ya en los años 20 mostraba una fuerte articulación entre los
movimientos campesinos y obreros y el PRI (Partido de la Revolución
Institucional).
La base social no son ya los
inmigrantes, sino los obreros urbanos del proceso de industrialización de los
años 20. Este nuevo movimiento obrero tiende a un cierto rechazo y ruptura
con el antiguo movimiento obrero radical, afirmando un nuevo proletariado de
origen campesino sin ideología, como el caso de Argentina, donde se presentará
de manera más clara este fenómeno. Este nuevo obrero va a aproximarse
mucho más a los dirigentes del proceso de industrialización, dando lugar a los
llamados movimientos populistas : el peronismo en Argentina ; el
varguismo en Brasil ; el propio caso mexicano, a pesar del carácter
radical del cardenismo y los antecedentes de la Revolución Mexicana. El
cardenismo es, en gran medida, una expresión de la vinculación de los
principales movimientos sociales a los objetivos nacional-democráticos.
En esta nueva fase se perfila el
movimiento revolucionario boliviano, que hace converger mineros y campesinos en
la lucha por la reforma agraria, la nacionalización de las minas y la creación
de una democracia radical de masas, a pesar de la desconfianza entre ambas
partes. Los mineros siempre defendieron una reforma agraria basada en la
propiedad colectiva de la tierra, mientras que los campesinos defendían la
pequeña propiedad rural. Estas diferencias dividieron el movimiento de la
revolución en Bolivia y en la década de 1960 produjeron una contra-revolución
cuando el movimiento campesino e indígena se lanza contra los mineros, que recibían
también el apoyo de los obreros urbanos, produciéndose una ruptura entre la
llamada alianza obrero-campesina.
En el caso mexicano, campesinos y
obreros continuaron dentro de la revolución mexicana. Gran parte de la tierra
fue colectivizada de forma que el movimiento campesino se mantuvo en una
perspectiva socialista, a pesar de que el indigenismo mexicano procuró resaltar
siempre los peligros de la concepción colectivista, considerada ineficiente,
burocrática y autoritaria.
De esta manera, se definía el
perfil nacional-democrático como formador de la nueva clase obrera. Dependiendo
de la capacidad de comunistas y socialistas de adoctrinarla en una perspectiva
socialista, se hacía posible articular la cuestión nacional y el antiimperialismo
que motivaban las luchas nacionales en el continente bajo la dominación
del capitalismo norteamericano en expansión en el mundo, hasta convertirse en
el centro hegemónico del sistema mundial después de la Segunda Guerra
Mundial. La Alianza entre la Unión Soviética y los EE.UU. durante la
Segunda Guerra Mundial se prolonga hasta 1947 cuando la política de Guerra Fría
convierte los anteriores aliados en enemigos. A partir de este momento
EE.UU. es transformado por el movimiento comunista mundial en enemigo de los
trabajadores, mientras el servicio de inteligencia norteamericano trabaja para
romper la alianza entre comunistas, socialistas y social cristianos que se
había creado durante la Segunda Guerra Mundial. Al ponerse en evidencia el
carácter imperialista de la política estadounidense, carácter que había sido
olvidado durante la Alianza Democrática antifascista, empieza a desarrollarse
un nuevo frente antiimperialista, que encuentra su punto más alto en Brasil, a
fines de los años 50 durante el gobierno J.Kubistchek-Goulart. En este período
los comunistas, que estaban en la ilegalidad desde 1947 después de sólo 2 años
acción política legal, vuelven a asumir la condición de semi-legalidad
entre 1961 y 1964 durante el gobierno de João Goulart,
En esta misma época surgía una
nueva realidad estratégica en América Latina. La declaración de Cuba como una
República Socialista en 1962, en respuesta a la invasión de Bahía Cochino,
introdujo en la región la cuestión del socialismo como forma inmediata de
transición hacia un nuevo régimen económico-social colectivista. Esta nueva
experiencia pasó a influir sectores significativos de las fuerzas políticas de
izquierda en América Latina, alcanzando su expresión más elaborada en el
programa socialista de la Unidad Popular en Chile, cuando entre 1970 y 1973
intentó una experiencia absolutamente insólita : realizar la transición
hacia un régimen de producción socialista en condiciones de legalidad
democrática. En este momento de avance de las fuerzas sociales, la
tesis de la unidad entre la burguesía nacional y el movimiento popular
obrero-campesino-estudiantil se convirtió en un principio estratégico
fundamental. Concepción fue derrotada por los golpes de Estado que se
sucedieron en la región.
La violencia de la represión de
los gobiernos militares impuestos en Chile y en otros países contrastaba con la
experiencia de un gobierno militar nacional-democrático en Perú, iniciado en
1968 por Velasco Alvarado. Más que nunca la represión y el terror estatal se
desarrollaron hasta sus formas más radicales. No hay duda que el terror
fascista inaugurado por Pinochet y profundizado por los golpistas argentinos
llevó hasta el paroxismo la represión en la región.
A pesar de las huelgas de masas
de los trabajadores de las grandes empresas agrícolas exportadoras - que
sostuvieron a Sandino o impusieron la huelga de masas en El Salvador – el
movimiento campesino solo vino a alcanzar una victoria significativa durante la
revolución en Guatemala con Arbenz en 1952 y particularmente en la revolución
boliviana cuando las milicias campesinas y mineras tomaron la dirección del
país. En la década de los 50 se iniciaron las Ligas Campesinas lideradas
por Francisco Julião en Brasil. En los años 60 la estrategia
anti-insurreccional comandada por los militares estadounidenses absorbió
finalmente la propuesta de una reforma agraria ordenada que se aplicó sobre
todo en el Chile demócrata-cristiano bajo la presidencia de Eduardo Frei. Esta
reforma agraria se hizo más radical, completa y profunda en los años 1970-73
bajo el gobierno de la Unidad Popular, teniendo como presidente Salvador
Allende.
A lo largo de todos estos años,
la reivindicación por la tierra estuvo en el centro de las luchas populares y
de la alianza obrero-campesina, con fuerte apoyo estudiantil y de sectores de
la clase media urbana. Estas reivindicaciones llegaron hasta la Revolución
Sandinista en Nicaragua. Se puede decir, sin embargo, que en las décadas de los
80 y los 90 el fuerte control de las multinacionales sobre la producción
agrícola en vastas regiones del continente cambió dramáticamente el sentido de
la lucha campesina. Entre 1960 y 1990 se completó un proceso de emigración
del campo a la ciudad que expulsó definitivamente vastas capas de pequeños
propietarios agrícolas y consolidó la grande y mediana empresa agroindustrial,
articuladas con las transnacionales agrícolas o manufactureras de productos
agrícolas. Se desarrolla la figura del asalariado agrícola estacional y surge
un nuevo movimiento campesino de carácter sindical, con pequeña presión sobre
la tierra.
El caso brasileño es
paradigmático : los “boias frías” (así llamados por la comida fría
que llevan para sus precarios almuerzos en un espacio agrícola ultra
especializado y mecanizado) inundan las zonas rurales y solamente en la
década del 80 resurge una demanda por la tierra cuando aumenta el desempleo en
las zonas rurales y pequeñas ciudades, generando una población desempleada que
busca retornar a la tierra. De ahí surge el Movimiento de los Sin Tierra (MST) que
presiona por una reforma agraria más ágil pero no cuestiona la legislación de
tierras del país, que dispone la compra de las tierras no cultivadas a precio
de mercado para distribuir entre los campesinos sin tierra. La fuerza del MST
deriva menos de la radicalidad de su demanda por la tierra que de sus métodos
de ocupación de la misma para forzar la reforma agraria así como de sus métodos
de gestión comunitaria de las tierras ocupadas por ellos y de su concepción
socialista de una economía donde los campesinos pueden alcanzar su pleno
desarrollo. Su preocupación con la tecnología agrícola de punta, por las
cuestiones ambientales y por la educación de sus cuadros y de sus hijos los
colocan a la vanguardia de la sociedad brasileña. Sus principales banderas de
lucha se resumen en : tierra, agua y semillas, es decir, en el la
pugna por la soberanía alimentar en Brasil. De esta manera, ellos se preparan
para enfrentar las transnacionales agroindustriales en una perspectiva de
largo, chocando frontalmente con los conservadores brasileños.
Un fenómeno nuevo que hace
posible esta concepción de largo plazo del Movimiento de los Sin Tierra es
el fuerte apoyo de la pastoral de la tierra en Brasil. La Iglesia brasileña ha
decidido que no puede entregar el más grande país católico del mundo a la
voracidad de las elites explotadoras de este país. Una revolución social
anti-católica sería un golpe definitivo al catolicismo como religión con
pretensiones de universalidad.
a) La cuestión étnica
En esta fase se incorporan
cuestiones totalmente nuevas : El indigenismo, no solo visto
como un movimiento de reivindicación étnico sino como una crítica cultural
campesina, donde el campesinado exige su conservación y no simplemente su
disolución en una sociedad superior. La cuestión étnica se presenta en dos
vertientes diferenciadas, la cuestión
campesina-indígena y campesina-negra. Es necesario hacer una
distinción entre ambas tendencias porque los negros formaron un movimiento principalmente
campesino, que asumió la lucha contra el esclavismo, contra la dominación
española en Cuba y que participó en la revolución cubana y los procesos de
liberación de otros países en la región. Los negros se organizaron con
mucha facilidad y llegaron a constituir una parte importante de ese
movimiento obrero no-europeo, no-socialista, pero enmarcado en una vertiente
populista. A pesar de que los comunistas consiguieron, en algunos lugares,
una base importante en el movimiento negro, tuvieron la tendencia a negar su
especificidad, manifestándose contra la idea de que asumiese una forma
propia. De esta manera, se buscaba que el movimiento negro se incorporase
a las luchas por las libertades civiles, pero se negaba su contenido étnico
específico. La visión étnica de la cuestión negra solo se va a proyectar a
partir de la década de 1960 y tiene como una de las referencias principales al
“black power” en Estados Unidos, donde se produce una ruptura con la visión de
los derechos civiles : los negros sostienen que no quieren ser iguales a
los blancos, por lo tanto, sus luchas no son por la igualdad sino por el
derecho de ser negros. Esta perspectiva se expresa en la idea de “black
beauty”.
El contenido étnico del
movimiento indígena renace en los años 70, cuando los indígenas reivindican sus
orígenes como una estructura ideológica para las luchas sociales contemporáneas
y exigen el liderazgo de los movimientos guerrilleros. Un ejemplo de
esta nueva perspectiva es la lucha guatemalteca, donde los indígenas dejan
claro que la guerrilla estaba dirigida por ellos a pesar de la participación
externa, siempre subordinada a su liderazgo. Esta vertiente se va
manifestar también en el caso mexicano, que alcanzará una expresión clara en el
zapatismo, donde la vertiente indígena asume el carácter de una postura
ideológica propia, que tiene su inspiración indigenista pero tiene también un
objetivo universal. Este reconocimiento e identidad indígena
latinoamericana es un fenómeno muy profundo que pretende también ser
mundial : indígenas de diferentes regiones del mundo buscan formar un
movimiento que afirma sus luchas en una postura ecológica basada en una
relación fuerte con la naturaleza, en una ideología opuesta al capitalismo y a
las pretendidas fuerzas progresistas que ven el progreso como un camino destructor
de las formas anteriores.
b) El Movimiento Femenino
Por otro lado, emerge el
movimiento femenino de manera específica, a pesar de que éste existe en todas
las épocas como parte de otros movimientos sociales. A partir de la década de
1960 este movimiento comienza a reivindicar no sólo que los derechos civiles de
las mujeres sean incorporados a la sociedad moderna sino que la sociedad
incorpore también la visión femenina del mundo. Esto supone la
participación de la mujer en la cultura, ya no como un elemento pasivo, sino en
un rol protagónico capaz de reestructurar profundamente la subjetividad del
mundo contemporáneo a partir de una nueva visión que revalore el papel de la
vida. En este sentido, la mujer sería no sólo portadora de la vida sino de
una percepción del mundo desde el punto de vista de la vida. Esto modifica
profundamente la visión de la sociedad contemporánea.
3. LA AUTONOMIA DE LOS
MOVIMIENTOS SOCIALES Y LAS NUEVAS FORMAS DE RESISTENCIA
Veinticinco años de experiencia
neoliberal, comandadas a nivel internacional por el FMI y el Banco Mundial,
sumergieron nuestros países en graves problemas económicos que llevaron los
movimientos sociales de la región a la defensiva. El desempleo, la
inflación, la dramática caída de los niveles salariales y de calidad de vida,
la falta de inversiones en el sector productivo, en infraestructura, o
desarrollo social forman un conjunto de fenómenos que va destruyendo el tejido
social, que va desestructurando las lealtades institucionales, rompiendo los
lazos sociales, abriendo camino a la violencia, las drogas y la
criminalidad en sus diversas formas de expresión. Las formas de lucha
principales del movimiento obrero, como la huelga y otras formas de
interrupción del trabajo, pierden fuerza en la medida en que amplias masas
de desempleados o recién llegados a la actividad laboral están siempre
dispuestas a sustituir a los trabajadores activos. Las posibilidades de lucha
en las calles alcanzan cierto auge hasta que el cansancio y el enfrentamiento con
formas despiadadas de represión hacen retroceder al movimiento que va perdiendo
sus objetivos, abriendo camino a la acción del “sub-proletariado” que no
dispone de programas de lucha organizados y consecuentes.
Los años de recesión estuvieron
agravados por mecanismos de represión institucional y regímenes de excepción
apoyados en formas de terror estatal que habían tenido inicio en la fase
anterior. La recesión sistemática, que debería ocurrir en la década del
70, fue retrasada debido a la captación de recursos externos en forma de
préstamos internacionales a bajo costo como consecuencia del reciclaje de los
petrodólares. En la década del 80 se inicia la fase recesiva con la exigencia
de pago inmediato de los intereses de la deuda, aumentadas debido al crecimiento
del capital principal bajo la forma de “renegociaciones” irresponsables y
debido al aumento de las tasas internacionales de interés a partir de las
decisiones adoptadas por el Tesoro Americano.
Esta combinación de recesiones
sucesivas, regímenes de excepción, terrorismo de Estado y rebaja del nivel de
vida de los trabajadores estuvo seguida de una ofensiva ideológica contraria a
las conquistas de los trabajadores y a las mejoras obtenidas por el conjunto de
la población durante los años de crecimiento económico. La ofensiva ideológica
neoliberal alcanzó su auge en la segunda mitad de los años 80, con la
política derrotista de la clase política dirigente de la Unión Soviética y de
la Europa Oriental. A partir de la caída de los regímenes del llamado
“socialismo real” se abrió una ofensiva ideológica neoliberal que implantó un
verdadero terror ideológico. Cualquiera que reivindicara una crítica al
capitalismo o al quimérico “libre mercado” era inmediatamente segregado de los
medios de comunicación de masas y de la academia. Era la época del “fin de la
historia”, del fin del socialismo y del marxismo.
Durante los últimos veinticinco
años los movimientos sociales de la región estuvieron bajo el impacto de esta
situación crítica, que era posible superar con políticas de preservación del
interés nacional, con la suspensión del pago de una deuda internacional
altamente cuestionable y de tasas de interés totalmente insanas. Sin embargo,
prevalecieron los intereses ligados al pago del servicio de la deuda y las
renegociaciones que incluían inmensas comisiones apropiadas por agentes
privados. En este período se afirmó una típica burguesía “compradora” en la
región, que se impuso progresivamente sobre los capitales locales
afectados por las políticas neoliberales e impedidos de beneficiarse de los
cambios del comercio mundial que fueron casi totalmente aprovechados por los
países asiáticos. Ayudados por reformas agrarias
profundas, realizadas en la post-Segunda Guerra Mundial Estos países no
dependían tan directamente de los préstamos internacionales para sostener sus
políticas de exportación y de crecimiento económico y disponían de mercados
internos más amplios y de políticas educacionales profundas que buscaban
neutralizar la influencia de regímenes socialistas en el sudeste
asiático.
Es natural que durante este
periodo, el movimiento obrero renaciera en la región bajo formas más
cautelosas, buscando el apoyo de los liberales y de la Iglesia que se
apartó de los regímenes dictatoriales que en el pasado favoreciera, para asumir
las banderas de los derechos humanos, de la amnistía y del restablecimiento de
la democracia. En este ambiente, las propuestas neoliberales encontraron un
campo fértil y se enraizaron profundamente en virtud de la auto-destrucción del
socialismo soviético y euro-oriental. Las concepciones neoliberales penetraron
fuertemente en los partidos de izquierda, encontrando su formulación más
sofisticada en la llamada Tercera Vía que se desarrolló en la década de los 90.
Se levantaba la tesis de que no había alternativa para la concepción neoliberal
de la economía, cuya expresión de eficacia era el libre mercado. Libre
mercado que no garantiza, sin embargo, los derechos sociales de los
trabajadores. Bajo esta visión, sería necesario combinar el neoliberalismo
económico con un programa de políticas sociales (o compensatorias, como lo
plantean el FMI y el Banco Mundial al aceptar los efectos negativos
“provisionales” de la “transición” hacia el “libre mercado”). Era evidente la
debilidad teórica y práctica de esta propuesta que fue en seguida abandonada en
la medida en que el neoliberalismo se hacía cada vez más insostenible tanto en
el plano teórico–doctrinario como práctico.
El movimiento obrero se encuentra
aún bajo el efecto de estas confusiones ideológicas pero viene recuperando
sistemática y crecientemente buena parte de su capacidad política a partir del
crecimiento económico sostenido de 1994-2000 cuando el desempleo en Estados
Unidos cayó de 12% a 3,4% anual. La posibilidad de volver a una situación de
pleno empleo provocó un renacimiento de la militancia sindical americana,
incluso en la reorientación de la central sindical AFL-CIO hacia tesis
progresistas. En América Latina el movimiento obrero del período estuvo en
ascenso solamente en Brasil en los años 70, parte de los 80 y en algunos
momentos aislados de los 90. La explicación de la pérdida de combatividad del
movimiento obrero en los últimos años se encuentra en las dificultades de
convivir con el desempleo creciente resultante de la situación recesiva
permanente.
De las fuerzas clásicas del
movimiento popular en la fase nacional democrática, el movimiento estudiantil
fue el que más sufrió al ahogarse en el mundo del debate ideológico y enfrentar
el impacto de la ola neoliberal. De ser el centro de las luchas sociales pasó a
ser un movimiento de reivindicaciones sectoriales, lo que fue aislándolo
progresivamente. La expansión de las universidades privadas y del número de
estudiantes universitarios de clase media disminuyó el carácter de elite
intelectual de los movimientos sociales que este tenía hasta inicios de la
década de los 70. Esta situación se agrava cuando la represión comienza a
afectar también el movimiento estudiantil disminuyendo su militancia y su liderazgo
ideológico. A pesar de haber perdido mucha de su fuerza, ha dejado un
rastro ideológico profundo como resultado de los movimientos de 1968, y en
algunos casos, está recuperando protagonismo en las luchas sociales de los
últimos años, como es el caso de Chile.
En los años 80 y 90 ganaron una
fuerza especial los movimientos de los barrios llamados “marginales” y hoy
“excluidos”. Su organización creciente consiguió ìmportantes recursos fiscales
para infraestructura, aún cuando éstos eran insuficientes para romper sus
dificultades básicas. Las organizaciones de mujeres jugaron un papel
fundamental en el movimiento de pobladores, organizándose para la autogestión
de recursos dirigidos a cubrir necesidades básicas de alimentación, seguridad y
servicios, basados en un espíritu comunitario y fuertes lazos de
solidaridad. Ejemplos claros de este fenómeno son los comedores de madres
y los comités del vaso de leche en Perú.
Asimismo, el aumento de la
actividad comercial de drogas prohibidas, sobretodo la cocaína, ha abierto la
posibilidad de un relativo enriquecimiento verdaderos ejércitos de criminales
organizados. Una situación similar a la de Chicago en las décadas de 1920 y
1930. Esta presencia de los factores criminales en los barrios miserables, como
es el caso de Brasil, ha justificado una adhesión creciente de partidos de
izquierda y de movimientos populares con responsabilidad de gobierno a las
técnicas de la represión social. Al abandonar la tortura y otros
comportamientos violentos en el plano político, las fuerzas represivas
volvieron a concentrarse en la práctica sistemática de violencia contra los
pobres y criminales de origen popular.
Al mismo tiempo, los movimientos
sociales son cada vez más afectados por las fuerzas sociales emergentes. Es el
caso de los movimientos de género, los indígenas, los negros, los grupos de
defensa del medio ambiente y otros, que imponen nuevos temas a la agenda
de las luchas sociales. Su punto de partida asume formas liberales, expresadas
en la defensa del derecho a votar, de garantizar jurídicamente sus derechos en
bases iguales a la fracción masculina dominante, de valorizar sus
características propias, de reconocer su identidad y sus características
étnicas como parte sustancial de la cultura nacional. Con el tiempo, estas reivindicaciones
pasan a integrar todo un proyecto cultural que exige el rompimiento con la
estructura económico social que generó el machismo, el racismo, el
autoritarismo. Podemos encontrar una identificación sustancial entre el modo de
producción capitalista, como fenómeno histórico, con estas formas culturales
que penetran profundamente en todo la superestructura de la sociedad moderna.
Las propias raíces de estas llagas se encuentran en la pretensión de una
racionalidad iluminada que tendría a Occidente como cuna y que justificaría el
colonialismo, despreciando sustancialmente la importancia de las culturas y
civilizaciones asiáticas, orientales o de las civilizaciones americanas
pre-colombinas.
Los movimientos sociales empiezan
así a romper con toda la ideología de la modernidad como forma superior y como
única expresión de la civilización. Este enfoque ha dado una fuerza muy
especial a los movimientos sociales al presentarlos como fundamento de un nuevo
proceso de civilización pluralista, realmente planetario, post-racista,
post-colonial y quizás post-moderno.
Durante esta fase es necesario
destacar dos características fundamentales : en primer lugar, la
identidad de los movimientos sociales empieza a reivindicar una cierta
autonomía, sale del marco de los partidos, de las reivindicaciones
nacional-democráticas y desarrollistas, para asumir una autonomía bastante
significativa, que da origen y se vincula a la cuestión ciudadana de lucha por
los derechos civiles y se confunde con las luchas contra las dictaduras en
América Latina. Se empieza a desarrollar una interacción entre los
movimientos sociales con relativa autonomía de los partidos políticos y de las
ONGs que las apoyan. En segundo lugar, se presenta una tendencia a la
formación de partidos políticos a partir de estos movimientos. La
expresión más avanzada de esta tendencia es el Partido de los Trabajadores en
Brasil. Existen también otras organizaciones políticas impregnadas de esa
visión ideológica, una sociedad civil que se esta formando y que proyecta sobre
el Estado la gran cuestión que la sociedad civil todavía no resolvió : en
la medida en que ella crece y gana importancia, su relación con el Estado deja
de ser simplemente crítica para ejercer también hegemonía sobre el
Estado. A partir de este momento, la postura crítica se transforma en una
postura positiva, que se expresa en propuestas de políticas de Estado y que
viene constituyendo una nueva fase de diseño de un nuevo programa de políticas
públicas que absorbe parte del programa nacional democrático-desarrollista
anterior pero con críticas significativas y que incluyen nuevos elementos en la
agenda, como las demandas ecológicas y democráticas de participación política.
Todo esto va constituyendo un
nuevo espacio político que no resolvió sus contradicciones entre autonomía y
gestión del Estado, entre democracia en el sentido de afirmación autónoma y en
el sentido de gestión del Estado, entre reivindicaciones autónomas y de
políticas públicas con capacidad de transformar las condiciones materiales.
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